miércoles, 17 de octubre de 2007

Contacto peligroso

Contacto peligroso (And the band played on)
Director: Roger Spotisswoode
Guión: Arnold Schulman
Duración: 135 min.

Ahora que un programa televisivo sensacionalista difundió recientemente en México las ideas sobre el sida que —con nula evidencia— propagan Peter Duesberg y su grupo de acólitos “negacionistas”, parece apropiado rescatar una película de 1993 donde se narra la historia de cómo la epidemia de esta enfermedad comenzó a expandirse en los Estados Unidos a principios de los ochenta, y también la manera en que virólogos y epidemiólogos afrontaron la emergencia.

Contacto peligroso, como se le conoció en México, fue filmada para exhibirse en televisión; aquí la transmitió Canal 11 y existe un DVD español titulado En el filo de la duda. Este filme, cuyo título original es And the band played on (Y la banda siguió tocando), se basa en el libro homónimo de Randy Shilts, quien murió de sida en 1994. El nombre de la novela es clara referencia a una famosa obra de teatro homosexual de los tiempos anteriores al sida, Los chicos de la banda (The boys in the band), que también fuera llevada al cine.

Contacto peligroso se rodó cuando la dimensión del sida ya era manifiesta y se conocían los mecanismos de transmisión. La película relata los primeros avances en la investigación de la enfermedad, el impacto inicial que tuvo en la sociedad estadounidense y la lucha de un equipo de epidemiólogos por conseguir fondos públicos para realizar su labor. En forma adicional, el filme muestra la famosa disputa entre el investigador Robert Gallo, de los Estados Unidos, y el equipo francés encabezado por Luc Montaigner, por la autoría del aislamiento del virus de inmunodeficiencia humana,VIH, causante del sida.

Con un tratamiento en parte “documentalístico”, la película reúne nombres, fechas y sucesos históricos integrados en un ágil relato que mantiene encendidos varios focos a la vez. No deja de asombrar ver cómo en sus inicios la administración Reagan pretendía ignorar la existencia del problema y negaba fondos para la investigación. Por otro lado, se aprecian los prejuicios e intereses de unos —incluidos representantes de instituciones privadas— y el sufrimiento e impotencia de otros —los primeros infectados— que no sabían lo que enfrentaban, ni cómo se habían contagiado.

Son varias las cualidades de Contacto peligroso desde la perspectiva de la divulgación de la ciencia. En primer lugar hay que incluirla —junto con La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971)— en el grupo de las escasas ficciones hoollywoodenses que presentan una imagen fiel de la actividad científica: sus motivaciones, metodologías, obstáculos y —sobre todo— la manera consensuada en que los investigadores llegan a resultados y establecen líneas de investigación subsecuentes.

En el curso de una investigación, puede llegarse a callejones sin salida, como se aprecia en Contacto peligroso. Los científicos revisan y reflexionan sin descanso; la solución parece surgir al azar, cuando uno de los investigadores —al ver un juego de marcianitos— deduce que el virus está acabando con el sistema inmunológico; luego explica sus conclusiones a otro colega que le recuerda que el virus propuesto como agente es una mezcla de virus antes estudiados . Es decir, la película muestra que la emisión de la hipótesis no es tan objetiva como suponíamos pero tampoco es arbitraria, ya que es sometida a discusión y debe validarse por consenso.

En la siguiente secuencia los investigadores se dedican a comprobar la hipótesis que han emitido: el sida es una enfermedad de transmisión sexual. Esto nos deja ver cómo se verifica una hipótesis partiendo de la obtención de datos, su análisis, la comunicación de los resultados y la aplicación de las conclusiones derivadas de la investigación. Hoy la cuestión de la transmisión por vía sexual del sida no es una teoría, sino un hecho, lo que nos recuerda que las teorías no son verdades absolutas más que cuando dejan de serlo. La noción de teoría implica incertidumbre. Una buena teoría no es siempre irrefutable y de absoluta certeza; sino coherente y eficaz en las condiciones dadas.

Una de las imágenes deformadas de la ciencia más difundidas es la de su concepción individualista y elitista, ya que normalmente se presenta el conocimiento como obra de genios aislados, ignorándose el trabajo en equipo. Evitar este cliché es otro logro de la película.

Por lo demás, resulta imposible separar la práctica científica de cuestiones sociales, políticas y culturales más amplias. Este aspecto queda bien ilustrado en una escena en la que una investigadora integra un dossier que ayude a obtener fondos para investigar una enfermedad que afecta a la comunidad homosexual. Para evitar que un régimen conservador pudiese bloquear una línea de investigación que afectaba a un colectivo de “dudosa moralidad”, la investigadora finalmente decide tachar de su informe la palabra gay.

Finalmente, la película muestra el concepto de prueba deductiva como parte de los criterios más usuales de validación de una teoría, refiriendo el criterio de falsación de Popper. Se trata de la escena en la que en una reunión con representantes farmacéuticos, el investigador pregunta cuántos muertos serán necesarios para que las compañías decidan invertir en la prueba de detección del sida. Así concluimos, además, que participar en decisiones políticas, mantenerse aislado por temor a la tecnocracia, limitarse a informar a otros especialistas, divulgar... son todas distintas opciones para un científico y que éste las afronta según su conciencia.

Publicado en la sección “Mira bien” del No. 102 (mayo 2007) de la revista ¿Cómo ves?

lunes, 1 de octubre de 2007

La mujer en la Luna

Título: La mujer en la luna (Die frau im Mond)

Dirección: Fritz Lang

Guión: Fritz Lang, Thea von Harbou

País: Alemania

Año: 1928

Duración: 162 min.

¿Habrán imaginado los primeros homínidos cómo llegar a la Luna? Nunca lo sabremos, pero sí que a partir de ellos siempre fue un motivo de inspiración para el ser humano.

Autores como Edgar Allan Poe o Cyrano de Bergerac crearon obras que tenían como elemento principal el viaje del hombre a la Luna, aproximaciones realizadas, desde luego, bajo una mera óptica fantástica. Al paso del tiempo, el avance tecnológico propició el surgimiento de novelas con trasfondo más científico; De la Tierra a la Luna, de Julio Verne y Los primeros hombres en la Luna, de H. G. Wells, son conocidos ejemplos. Los acercamientos del cine al viaje lunar no difieren mucho de éstas. Empezaron con el clásico de George Meliés en 1902, Viaje a la Luna, donde la sombra de Verne toma cuerpo con la utilización de un cañón como método de propulsión. Como referentes claros de las obras de Verne y Wells se llevaron al celuloide De la Tierra a la Luna (Byron Haskin, 1958), y Los primeros hombres en la Luna (Nathan Juran, 1964).

La mujer en la Luna, filmada por Fritz Lang en 1928, fue el último de sus filmes silentes. Viene a ser una continuación de la senda explorada en su obra mayor, Metrópolis (1927), aunque mucho más contenida y menos fantástica. Ambas comparten una idea común, que Lang prolongaría en muchas de sus películas: el retrato de los mecanismos del poder económico y social, el avance positivo que supone el desarrollo de la ciencia y el efecto que ésta ejercerá sobre la humanidad futura.

Escrita con su entonces compañera Thea Von Harbou, es una película sobresaliente en varios aspectos, empezando por el modo exquisito con el que fue realizada, en particular la cuidada escenografía y fotografía. La guionista debió sentirse profundamente implicada en su trabajo y el título de la película no parece casual; me inclino a pensar que tras la lamentable atracción que por el nazismo sintieron algunas realizadoras de la época —como la propia Harbou o Leni Riefenstahl— había cierto ideal de modernidad y feminismo que no resultó ser tal en el hueco interior del nacionalsocialismo alemán. Por lo demás, el guión amalgama con dosis bien medidas el melodrama, un cierto trasfondo sociopolítico —siempre magistralmente camuflado en las películas de Lang— y por supuesto, un contenido de pura ciencia-ficción que nunca defraudó en su cine.

Casi toda la información científica presentada en la película es de una consistente veracidad. La mujer en la Luna muestra por primera vez la ingravidez en el espacio, por medio de unos efectos especiales muy dignos; por otra parte, el desarrollo —todavía incipiente— de los cohetes en el periodo de entreguerras permitió vislumbrar que éste sería el medio más eficaz para viajar a nuestro satélite. El filme ofrece imágenes que podrían definirse como anticipatorias: escenas como la del lanzamiento de la nave espacial, que ahora resultan tan comunes, debieron ser una verdadera conmoción en su momento. Es famosa la anécdota que atribuye a Fritz Lang la invención de la —ahora habitual— cuenta reversible. El director señalaba que “Si empezamos a contar a partir de uno, no sabremos cuándo terminar. Pero si empezamos desde diez hacia atrás, todos sabrán que la cuenta acabará en cero”. Todos menos los matemáticos, cabría añadir. Diseñada como medio para aumentar la tensión dramática, la estrategia de Lang terminó siendo asimilada por los programas espaciales y posteriormente universalizada en infinidad de situaciones. Más tarde, la verosimilitud de lo narrado por Lang hizo que los nazis confiscaran las copias y destruyeran las maquetas de la nave espacial porque, al parecer, ponía en peligro programas secretos.

La película consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera, se muestran los intereses económicos y de poder que propician el viaje, logrando que los científicos se plieguen a sus exigencias. Es la parte más estructurada de la cinta, ya que además de capturar nuestro interés, cimenta los pilares de las futuras producciones de espionaje, sin obviar lecturas más hondas acerca de la condición humana. La segunda parte muestra el viaje en sí y es en ella donde se concentran la mayoría de elementos de ciencia-ficción; lo malo es que a medida que transcurre la acción, el contenido se hace más tradicional, incluso naif, hasta llegar a un final del todo cursi. Si en el comienzo de esta segunda parte Lang muestra con detalle como se realiza, fase por fase, un viaje espacial, a partir del alunizaje la credibilidad científica desaparece. Una vez llegados a la Luna, los viajeros hacen a un lado los trajes espaciales, ya que la atmósfera resulta ser allí similar a la de la Tierra. Aunque a fines de los años veinte ya se sabía sobre la ausencia de atmósfera en la Luna, la pareja Harbou-Lang decide ignorarlo para los fines de su fantástica historia. Tan sólo el buen quehacer del director en lo que respecta a la creación de imágenes y cuidado del suspense logra que el interés no decaiga durante el último tramo de la película.

Publicado en la sección “Mira bien” del No. 103 (junio 2007) de la revista ¿Cómo ves?